Kurgaz Barba Helada By Sarkonic y Kain
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LA LLEGADA
El sol empezaba a alzarse detrás de las montañas, y Kurgaz
sentía el suave tintineo de la cadena de su medallón en el viento. Frente a
él, los débiles rayos de luz empezaban a reflejarse en los cristales rotos de
la antigua torre de vigilancia, mientras los bloques de infantería iban tomando
posiciones frente al ejército de cadáveres. Llevaban dos semanas de dura travesía
por las montañas cuando se encontraron con la hueste de no-muertos.
Todo había empezado con el mensaje llegado desde Karak-Ril,
cuando su primo Balin le pidió ayuda ante el hallazgo del filón de oro. Kurgaz
no se lo había pensado dos veces, y pidió permiso a su padre, el rey Tangrim
de Karak-Garaz. El rey se lo concedió, y Kurgaz partió con sus propios martilladores,
varios guerreros del clan, un lanzavirotes y un girocóptero a modo de explorador.
Además, su hermano Balrik aceptó llevar el estandarte del clan junto con algunos
atronadores. Habían partido sin tiempo casi para preparativos, de forma precipitada.
Se guiaron únicamente por las indicaciones del malherido mensajero, y empezaron
el viaje.
Por el camino, Ungrim Puñosediento, matador de renombre en
esa parte de las montañas grises, se cruzó en el camino de la expedición, mientras
llevaba consigo un enorme brazo de troll que devoraba sin demora. Kurgaz pidió
a Ungrim que se uniera a sus fuerzas, y así lo hizo. Se juntó a su ejército
a cambio de la promesa de enemigos para matar. Y allí los tenía.
Ahora, tenían frente a una horda de esqueletos que amenazaba
con cortar su camino. Kurgaz se dijo que nunca antes nada ni nadie se había
interpuesto entre él y sus parientes, y esa no seria la primera ocasión.
El flanco izquierdo era cubierto por la primera unidad de guerreros,
los cuales tenían cerca la inspiración sangrienta de Ungrim. En el centro, los
primeros atronadores ocuparon posiciones frente a sus martilladores y los demás
guerreros del clan, mientras el flanco derecho era ocupado por Balrik, sus atronadores,
el lanzavirotes y, ante ellos, el girocóptero. Enfrente, dos unidades de cuerpos
esqueléticos flanqueaban a otra poderosa unidad de esqueletos, pero éstos últimos
llevaban oxidadas y pesadas armaduras, y sus armas tenían un aspecto siniestro
y casi mágico. Los lideraba un nigromante rodeado de un aura verdosa. El flanco
izquierdo era custodiado por unas bestias murciélago y otro nigromante. En el
flanco derecho, unos caballeros eran liderados por lo que parecía un humano
de esbelta figura y poderosa montura. El vampiro tenia clavados sus ojos en
Kurgaz, y el destello rojo, hambriento y feroz de esos ojos producía un suave
tintineo en el colgante de Kurgaz. Estaba seguro que ese tintineo era una señal,
tan seguro como de que el destino tenía reservado un lugar para el enfrentamiento
singular entre ambos. Pero Ungrim parecía estar ya dispuesto a dar caza al vampiro,
y echó a correr hacia los caballeros. "Poco sensato" pensó Kurgaz "pero nunca
entenderemos a estos enanos marcados por sus errores". A los guerreros se les
contagió su confianza y corrieron tras él hacia el enemigo. El girocóptero planeó
hasta llegar al borde de un bosque, que le proporcionó cobertura, y esperó que
el enemigo desfilara ante él para rociar-los con su cañón de vapor. Los atronadores
de Balrik abrieron fuego, pero los murciélagos estaban demasiado lejos aún.
"Ya se acercaran" pensó Kurgaz. El lanzavirotes empezó a brillar, y Kurgaz supo
que las runas empezaban a trabajar. Con un estruendo, un enorme virote salió
disparado hacia los caballeros al otro extremo del campo de batalla, para impactar
finalmente contra el suelo, a escasos diez pasos del objetivo.
Entonces el ejército nigromántico empezó su avance. Los caballeros
respondieron a los llamamientos de Ungrim y cabalgaron hacia él. Los murciélagos
ignoraron la presencia del girocóptero y volaron hasta quedarse enfrente de
los atronadores, desafiantes. Balrik se acercó a ellos para inculcarles valor
y confianza ante la inminente carga. Los nigromantes avanzaron cautelosamente
y empezaron a acumular poder mágico. Las runas de protección del estandarte
de su unidad frustraron los planes de uno de ellos, mientras el otro nigromante
invocaba esqueletos frente al lanzavirotes. "Esto no pinta bien" refunfuñó Kurgaz.
Sus enanos siguieron la marcha. Los guerreros de la izquierda
se adelantaron a Ungrim y lo dejaron tras ellos. El girocóptero se situó tras
los murciélagos y lanzó su chorro vaporeado. Algunas bestias gimieron de dolor
y descendieron hasta estrellarse contra el suelo, pero el resto ignoraron las
bajas. Los atronadores acabaron con tres más, mientras sus compañeros acababan
con fila tras fila de esqueletos. Pero siempre había más detrás esperando ansiosamente
por entrar en combate. El lanzavirotes intentó derribar los esqueletos que acababan
de aparecer ante ellos, pero el virote se clavó varios pies tras el objetivo.
Debían prepararse para una carga. Mientras, Balrik se acercó aun más a la casi
aterrorizada dotación y Kurgaz dirigió a sus martilladores hacia los caballeros
del flanco para apoyar a los guerreros.
Entonces, los caballeros cargaron a los guerreros enanos, que
permanecieron en sus puestos afianzando sus escudos ante la terrorífica avalancha
de huesos. Los esqueletos invocados cargaron a los atronadores, mientras los
murciélagos descendieron sobre las dotación del lanzavirotes. El combate fue
duro, pero los atronadores se impusieron al temor y acabaron con los esqueletos.
La dotación no pudo con los murciélagos, y fueron cazados. Cuando Balrik llegó,
los murciélagos ya se escabullían tras los montes. Los guerreros aguantaron
bien la carga, pero el miedo se apoderó de ellos y corrieron enloquecidos. Ungrim,
por el contrario, avanzó decidido y frenó la caballería después de que exterminaran
hasta el último de los guerreros enanos. Kurgaz rezó a Grugni y Valaya por las
almas de los caídos, mientras juraba que sus muertes serían vengadas antes del
atardecer. Los tumularios siguieron avanzando y los esqueletos amenazaron al
girocóptero. Las runas enanas frustraron la magia enemiga por el momento.
Kurgaz echó una ojeada al campo de batalla. Los atronadores
del flanco se giraron esperando la aparición de los murciélagos, mientras el
girocóptero burlaba a los esqueletos y se situaba tras sus filas. Los atronadores
del centro abrieron fuego de nuevo y más tumularios cayeron ante la pólvora
y el plomo. Pero permanecieron avanzando, pisando los restos de los abatidos
por los tiradores. El silencio del ejército enemigo fue cortado cuando Ungrim
rugió un desafío a los caballeros. El vampiro sonrió maléficamente y rechazó
el desafío, dejándolo para el oficial de la unidad. Un enorme figura esquelética
avanzó para situarse ante Ungrim. Las cuencas vacías de sus ojos brillaban con
fuego, y acto seguido se lanzó hacia el matador. Lanzó un golpe con su lanza,
pero el enano paró el golpe con el hacha, la cual empezó a brillar con un rojo
sangriento espeluznante. "Quizá le he subestimado" pensó de nuevo Kurgaz. En
respuesta, el matador describió un arco mortífero con su enorme hacha y partió
en dos al jinete mientras esquivaba la acometida del corcel. La sonrisa se borró
de la cara del vampiro, y fue sustituida por una mueca de desprecio. Pero ya
era muy tarde.
La venganza fluía por las venas de Kurgaz, y la unidad de martilladores
respondió a la orden de su señor y se lanzaron a la carga hacia el flanco desprotegido
de los caballeros. Mientras, tumularios y esqueletos se abalanzaron sobre los
guerreros y los atronadores. Los nigromantes consiguieron invocar a unos pocos
esqueletos más. La batalla pendía de un hilo, y cualquier de los ejércitos podía
hacerse con la victoria. Los pesados martillos acabaron con los caballeros,
Kurgaz hirió mortalmente al vampiro, y los guerreros aguantaron la acometida.
Los murciélagos volvieron pero se encontraron con los disparos de los atronadores,
que acabaron con todos las bestias aladas. Ante tal masacre, el general nigromántico
se alejó lentamente por el horizonte, mientras el vampiro huía en su montura
jurando que algún día volverían a saber de él.
El sol se ponía, y fue entonces cuando Kurgaz se dio cuenta
de la importancia de la victoria. Desde lo más alto de la antigua torre de vigilancia,
se divisaba la improvisada fortaleza de Karak-Ril. Estaban más cerca de lo que
Kurgaz había imaginado.
El joven señor bajó la mirada hacia su armadura. La runa de
gromril brillaba con un poder importante, iluminando una hendidura en la cota
de malla. El vampiro le había dejado un recuerdo. Kurgaz podía ver el color
blanquecino de sus fuertes costillas, y como un río de sangre teñía toda la
parte izquierda de su cuerpo. Debía descansar. Balrik se acercó junto a Ungrim.
Este también tenía un corte muy feo del vampiro en el pecho, pero no parecía
importarle mucho:
- Si cada batalla a tu lado significa una recompensa en cadáveres
como la de hoy, te acompañaré hasta los desiertos si es necesario - dijo Ungrim
a Kurgaz.
- No lo será - respondió Kurgaz - estoy seguro de que el nigromante
volverá.
KARAZ - BRYN
Kurgaz se tocó el vendaje de su torso, mientras observaba
a sus compatriotas. Los enanos trabajaron sin descanso durante días para
improvisar un asentamiento fuerte. Sería un punto estratégicamente
importante para Balin en vista de una invasión.
El amanecer parecía extrañamente bello ese día.
Kurgaz observaba, desde su habitáculo en la recién conquistada
torre, el trabajo de sus compañeros. Los montaraces que habían
pedido al rey llegaron a medianoche, aún en pleno apogeo de celebraciones
por la conquista. La vieja torre no parecía más que eso, una solitaria
y tosca construcción humana, medio derrumbada, rodeada por los restos
de una muralla el triple de alta que cualquier humano.
El montículo de la torre coronaba las altiplanicies
de los alrededores; era situada en una cumbre importante de las montañas
grises. Como puesto de guardia, podían vislumbrar la tan cercana fortaleza
de Karak-Ril. Incluso, a vista enana, se podía distinguir el número
de enanos que trabajaban a marchas forzosas para levantar un muro alrededor
del recién descubierto filón. Fargrim calculaba que había
unos dos-cientos enanos trabajando, y si el viejo ingeniero decía algo,
era de sospechar que sería más que cierto. Con la expedición
de Kurgaz habían llevado más de quinientos, pero la batalla con
los nigromantes había reducido los efectivos a poco más de cuatrocientos.
Para cualquier general, ese número de bajas hubiera sido más que
aceptable. Pero para Kurgaz representaba una pérdida inestimable. Hasta
el último de sus enanos valía más que medio centenar de
los malditos esqueletos a los que habían hecho frente la semana anterior.
En ese momento, el capitán de los montaraces entró
en la estancia:
- Saludos, señor. Soy Gotrek Cazagoblins, líder
de los montaraces del rey Tangrim de Karak-Garaz. – dijo en tono solemne
y orgulloso, mientras se curvaba en una muy elaborada reverencia.
- No son necesarias las presentaciones protocolarias, viejo amigo. Sé
que detrás de ese parloteo se esconde el mejor rastreador de todas las
montañas grises. – contestó, con humor, Kurgaz.
Ambos se abrazaron. El viejo Gotrek había instruido
a Kurgaz en el arte del combate, por orden del rey, cuando aun era poco más
que un barbilampiño. El rey Tangrim apreciaba muchísimo a Gotrek,
pues en más de una batalla, la intervención de sus montaraces
había salvado la fortaleza de los ataques goblins.
Entonces una mueca de dolor apareció en la cara de Kurgaz, y éste
posó su mano sobre la profunda herida que le había causado el
vampiro.
Al ver el rostro de preocupación de Gotrek, Kurgaz
dibujó una amplia sonrisa en su rostro:
- Deberías saber mejor que nadie que hace falta algo
más que unos cortes para acabar conmigo. – dijo Kurgaz.
- Lo sé – contestó Gotrek, con el cejo fruncido –
pero esa herida es más que un corte. La muerte estuvo muy cerca, joven.
Debió de ser un adversario temible para llegar a hundir tu armadura.
– añadió, sin cambiar su expresión de preocupación.
- No te preocupes, Ulthar ya la ha reparado.
- Tratándose de Ulthar, no me extrañaría en absoluto; siempre
cuidando de todos.
Y ambos estallaron en carcajadas exageradas. Y siguieron charlando
hasta la comida.
Los días fueron pasando lentamente. El duro trabajo de cada uno de los
enanos de la expedición era evidente, puesto que en poco más de
dos semanas las murallas estaban reparadas, y tan solo quedaban trabajando medio
centenar de enanos y unos pocos ingenieros aprendices, bajo las órdenes
de Fargrim, en la construcción de torres de vigilancia adjuntas a las
murallas. Era, en verdad, un puesto importante, más parecido a una pequeña
fortaleza. Un centenar más de sus enanos estaban trabajando en el muro
interior de Karak-Ril, donde los ingenieros de Balin ojeaban planos y distribuían
a los enanos.
Desde su llegada a la torre, bautizada ya como Karaz-Bryn
(Montaña Dorada), Kurgaz no había hablado con su pariente, puesto
que la construcción de las murallas había ocupado todo el tiempo.
Pero, una vez terminado ya el muro exterior, Balin había invitado a Kurgaz
y a sus enanos a un banquete de bienvenida en Karak-Ril para dentro de una luna
y media.
Y llegó el día del banquete. Los enanos de Kurgaz
vistieron con sus más preciadas ropas (los que se habían permitido
el lujo de traerlas consigo durante el viaje). Ulthar, el herrero, Ungrim, el
matador, Balrik, su hermano y portaestandarte del ejército, Fargrim,
el ingeniero y Gotrek, el nuevo consejero y jefe de los montaraces, acompañaban
a Kurgaz llenos de orgullo. Un murmullo incontrolable se alzó desde la
columna de enanos cuando éstos entraron en los salones de la nueva fortaleza.
El techo de la sala de banquetes era veinte veces más alto que un enano,
y tenía la longitud de tres disparos de ballesta. Era impresionante,
puesto que se había construido en menos de un mes. Entonces, se oyó
una sonora carcajada. El sonido rezumbaba por toda la sala, y nadie sabía
con certidumbre de donde procedía.
- Largo tiempo desde nuestro último encuentro, Lord
Kurgaz.
Entonces la cara de Kurgaz se iluminó. En el fondo,
unas enormes puertas de acero se abrieron pesadamente y, poco a poco, otra columna
de enanos fue adentrándose en la sala. Delante de ésta, un figura
destacaba por encima de las demás. Era más alto que un enano normal,
el doble de robusto que Ungrim y llevaba una barba tan hermosamente ornamentada
que habría avergonzado a todos los barbaslargas de Karak-Garaz.
Las dos columnas de enanos fueron acercándose, hasta
que los líderes se encontraron a apenas pasos. Kurgaz avanzó hasta
quedar enfrente del robusto enano:
- Soy Kurgaz BarbaHelada, hijo de Tangrim BarbaHelada, rey
de Karak-Garaz. He venido ante la petición de ayuda, y aquí estoy.
– dijo, mientras enarbolaba una exagerada reverencia, rectificándola
sobre la marcha por el aún presente dolor de su torso.
- Bendito seas por acudir a mi llamada, primo mío. Yo soy Balin, rey
de Karak-Ril.
Kurgaz se levantó lentamente, y miró a los ojos
su pariente. Largas décadas habían pasado desde su último
encuentro en Karak-Garaz. Tenía tantas cosas que contarle, que no supo
que hacer. En ese momento, ambos enanos se abrazaron, y por toda la sala rezumbaron
los vítores a ambos jefes y a sus ancestros. La fiesta duró hasta
bien entrada la madrugada.
- En ese caso, el próximo vampiro que aparezca por aquí me
corresponde a mí.
EL ENEMIGO SE ACERCA
El Sol se ponía lentamente tras la línea montañosa
del horizonte, dibujando en el cielo manchas violeta sobre un fondo anaranjado.
Pequeñas figuras aladas se alejaban, probablemente alertadas por un instinto
más sabio que el de muchos humanos.
Atardeceres como éste recordaban al Señor del
Caos las lejanas tierras del norte, más allá de los salvajes territorios
de los bárbaros, en el corazón mismo de los Desiertos del Caos.
Allí, dónde reina la noche, repentinas erupciones volcánicas
o tormentas de fuego cubren el cielo de llamas. Mientras, las furias sobrevuelan
la basta extensión desolada en busca de presas fáciles que descuartizar,
para regocijo de sus oscuros Dioses.
Ghuraqshyash, -Bestia Sangrienta, según se le denomina
en viejo mundano-, poderoso y temible paladín de Khorne, recorría
el mundo en busca de rivales dignos, pues sólo los cráneos de
los más aguerridos guerreros merecen ser ofrecidos para el trono del
Dios de la Sangre.
Su búsqueda lo había llevado a una montañosa
región perdida, poblada únicamente de bestias salvajes, alejada
de la mano de los hombres. Un río dividía el ancho claro en el
que se había detenido la hueste, a los pies de un cerro escarpado.
Desde allí, una enorme figura embutida en una arcana
armadura roja observaba, con calma, cómo la columna elfa se movía
con cautela no muy lejos de su posición. Pero era algo en concreto lo
que lo había llevado a esa cima: el flujo de los vientos del Caos era
especialmente fuerte en la zona, lo que indicaba la presencia de hechiceros.
Casi podía ver cómo la energía oscura
se arremolinaba alrededor de ciertos puntos, parecía poder notar en el
ambiente la propia magia. Las runas de su escudo empezaron a brillar.
Todo ocurrió en unos instantes. El Señor del
Caos se giró instintivamente, justo para ver una daga escarlata que relucía
con intensidad y malicia lanzándose contra su pecho. Pero la luz del
arma encantada se apagó y la hoja metálica rebotó sobre
la ornamentada armadura, aturdiendo al asesino momentáneamente.
Ghuraqshyash golpeó al elfo con el escudo, partiéndole
varias costillas por la brutalidad del golpe y, sin darle tiempo a reaccionar,
lo decapitó con su hacha divina, que aulló de hambre al probar
la sangre. Antes de que el cuerpo cayera al suelo con un golpe sordo, el Señor
del Caos cazó la cabeza al aire.
La presencia de magia era más fuerte ahora. No, en realidad
no es que fuera más fuerte, sino que estaba más próxima.
El asesino no había venido sólo, había alguien escondiéndose.
Finalmente se dejó ver: de entre las sombras surgió
una esbelta figura femenina, de largo y oscuro cabello y que se movía
de forma elegante y sinuosa. Un traje relativamente sencillo dejaba entrever
en varios puntos la pálida piel de la mujer. Portaba un estrecho cuchillo
ceremonial en la mano derecha, y abría la mano izquierda como la garra
de un ave de presa.
- Asombroso, siervo de los Oscuros Dioses del norte.-La voz
de la elfa sonaba dulce pero peligrosa, y el extraordinario dominio de la lengua
oscura reflejaba años de siniestros rituales y pactos con entes del mundo
infernal. Hablaba con mucha seguridad, completamente indiferente al rápido
enfrentamiento que acababa de presenciar- Jamás pensé que nadie
pudiera eliminar con tal facilidad a un guerrero entrenado en los templos de
Khaine.
Ghuraqshyash miró a la bruja con desprecio. El odio irracional hacia
la magia propio de los seguidores de Khorne se apoderaba de él lentamente.
Clavó la cabeza cercenada en una afilada punta de su armadura, y empezó
a andar hacia la hechicera.
- Destrozar tu enclenque cuerpo no supone ningún reto, pero mi Dios reclama
sangre y cráneos –dijo, al tiempo que dejaba caer el escudo y clavaba
el hacha en el suelo-, así que te mataré con mis propias manos.
- Estúpido salvaje… ¿De veras crees que
me hubiera arriesgado a venir hasta aquí si no tuviera la seguridad de
poder acabar contigo? Recompensaré tu insolencia con el placer de degustar
mi poder.
La bruja lamió suavemente el cuchillo, cubriendo el filo del oscuro rojo
de la sangre. La hoja del arma brillaba mientras su portadora dibujaba arcanos
símbolos en el aire y pronunciaba el hechizo en lengua demoníaca.
El Señor del Caos cargó con un grito que hizo temblar la tierra:
- ¡Sangre para el Dios de la Sangre! ¡Cráneos
para el trono de Khorne!
La elfa extendió la mano hacia el guerrero y el aire
crepitó de energía. Entonces, un haz de pura oscuridad salió
despedido hacia Ghuraqshyash, el cual, sin dejar de correr, cruzó los
brazos ante su rostro. Pero el rayo se deshizo antes de llegar a tocarlo, para
sorpresa de la bruja.
Probó de defenderse con el puñal, pero el Señor
del Caos partió la hoja con su guante metálico como si de una
rama seca se tratara. Acto seguido cogió a la hechicera por la cabeza
con una sola mano y, haciendo muestra de una fuerza descomunal, la lanzó
a varios metros de distancia.
El frágil cuerpo chocó contra el suelo con brutalidad
dejando a la mujer casi indefensa. Empezó a arrastrarse haciendo un gran
esfuerzo, alejándose de la amenazante figura que se acercaba lentamente.
A pesar del deprimente estado físico en que se encontraba, su aguda mente
buscaba con rapidez un modo de salvar la vida.
- E… Espera… -la dificultad de hablar la obligó
a toser sangre- ¿Buscas rivales que… que te supongan… un
reto, dices? –El guerrero se paró un instante, analizando las palabras
de la elfa.
- No he visto a nadie que dirigiera vuestra hueste ahí abajo. Ninguno
de los soldados que marcha es enemigo digno de enfrentarse a mí en combate
singular. Ni siquiera él –señaló la cabeza clavada
en el escudo- ha podido hacerme un mero rasguño.
- Enanos –escupió la bruja. Probó de levantarse,
sangrante aún por la fuerza del impacto- No muy… lejos de aquí
se encuentra… una vieja mina enana. Nosotros nos… dirigimos hacia
allí. Pero… pero nuestros exploradores han avistado… más
enanos acercándose. –Logró alzarse, al fin, y clavó
una mirada de respeto y odio en los ojos de Ghuraqshyash- Ayúdanos…,
oh siervo… de los Dioses Oscuros, y podrás… saciar tu sed
de batalla con… con todos los enemigos… que desees.
El Señor del Caos permaneció silencioso unos
instantes. Tras de si, su arma, que parecía haber oído la conversación,
rugía hambrienta. Ya había probado antes la sangre enana, turbia
y oscura. Los enanos eran realmente rivales duros y buenos combatientes.
- Avisa a tu ejército de que os seguimos –dijo,
al tiempo que daba la espalda a la hechicera y empezaba a andar-. No intentéis
traicionarnos, a menos que deseéis ofrecer vuestros cráneos para
mayor gloria de Khorne.
La elfa sonrió, a pesar del dolor, y volvió
con los suyos. Ghuraqshyash, tras recoger su arma y su escudo, descendió
del cerro con grandes zancadas, debía movilizar la hueste cuanto antes.
La cobardía de los elfos sería recompensada con la muerte, pero
antes el suelo se teñiría de sangre enana.
EL ENEMIGO EN LAS PUERTAS
El cuerno del Martillo sonó distante en su cabeza,
como un lobo hambriento quejándose a medianoche. Kurgaz se levantó
de repente. Apenas se colaban débiles rayos de luz por la ventana de
su habitación, y el amanecer tan sólo empezaba a dar señales
de vida. Un gran jaleo empezó a oírse, naciendo como un susurro
y aumentando al paso de los minutos. El líder enano se equipó
rápidamente, y ciñéndose su armadura con cuidado a su torso,
aún herido, y colgándose el martillo a su espalda, salió
de su habitación. En los pasadizos del recién construido castillo,
la confusión se palpaba en el ambiente.
Balin corría por los grandes salones de la fortaleza,
dando órdenes a diestro y siniestro a sus enanos. Sólo la férrea
disciplina enana había evitado el desastre ante tal sorpresa: el enemigo
aguardaba en las puertas de las minas. Los puestos de vigilancia no habían
dado señales de ningún movimiento, y tampoco se había recibido
noticia alguna. Balin sabía que eso solo podía significar que
sus exploradores estaban muertos. En ese momento, Kurgaz entró corriendo
en el salón de banquetes, donde una gran multitud de veteranos esperaban
las órdenes para desplegarse en el patio interior. Balin reconoció
a su primo, y se apresuró a terminar con los preparativos. Para cuando
Kurgaz hubo llegado a su posición, todos y cada uno de sus oficiales
ya sabía lo que debía hacer. El rostro pálido de Kurgaz
alarmó al enano:
- ¿Qué ocurre primo mío? ¿Acaso
tienes miedo a la batalla? – preguntó entre risas Balin.
- No le tengo miedo alguno al combate, ya lo sabes. Lo que me asusta es no saber
a qué me enfrento. – respondió tajantemente el joven líder.
- Un ejército de elfos y demonios nos aguarda en las puertas del karak,
pariente.
- ¿Qué? – la confusión de Kurgaz pareció ir
en aumento – ¿Qué hacen semejantes criaturas bajo el mismo
estandarte? – mientras hablaba, Balin repasaba el filo de su hacha con
interés.
- No lo sé, Kurgaz. – cuándo hubo terminado, Balin tumbó
la cabeza hacia el joven –¿ Por qué no salimos ahí
fuera y se lo preguntamos?
Mientras abandonaban la sala, Gotrek se unió corriendo
a ellos, junto con Ulthar y Ungrim.
- Kurgaz, dónde nos situamos. – habló Gotrek
primero.
- A ver... Ulthar, te quiero en las almenas junto a los atronadores.
- Muy bien, joven. Que Grungni guíe tu mano.
- Gracias amigo. Ungrim, tu... – para cuándo el joven le iba a
dar las instrucciones, el matador ya había desaparecido por las puertas
de la sala que daban al exterior. – en fin... Gotrek.
- ¿Sí, mi señor? – Ulthar partió hacia su
posición.
- Tengo una misión muy específica para ti. Sólo tu y tus
montaraces podéis atravesar los bosques hasta Karaz-Bryn.
- Pero señor, mi deber está a su lado, como consejero, en el campo
de batalla, y yo...
- No puede ser, viejo amigo – le cortó Kurgaz – Necesitaremos
refuerzos, el corazón me lo dice. Y sólo puedo contar con vosotros
para tal fin; nadie conoce estos bosques como tu y tus montaraces.
- Yo... – Gotrek permaneció pensativo un momento, y Kurgaz sabía
que tenía tantas ganas como él de enfrentarse al enemigo en batalla.
– Esta bien, joven. Que así sea. Pero mi furia caerá sobre
ti si no reserváis algunos de esos desgraciados para mi hacha. –
añadió, con un guiño de ojo –
- Así será, Gotrek. Ahora, partid veloz. Todos dependemos de vosotros.
Los dos enanos bajaron corriendo las últimas escaleras y se unieron a
las tropas en el patio interior. Con un asentimiento de Balin, las grandes puertas
de madera chirriaron y se abrieron lentamente. Las filas de guerreros del clan
fueron saliendo hasta posicionarse delante del muro exterior. Juntos, los enanos
de Balin y Kurgaz formaron un muro de escudos y barbas, cuyos ornamentos brillaban
al sol del amanecer. Kurgaz miró al enemigo a la cara en ese momento:
ciertamente, demonios y elfos habían unido sus fuerzas ése día.
Los flancos eran cubiertos por jinetes elfos armados con ballestas, acompañados
por terribles máquinas lanzavirotes. En el centro, una mancha roja ocupaba
un espacio privilegiado: los caballeros del caos, los temidos jinetes de Khorne.
Su runa, grabada en las armaduras y monturas, latía como un corazón
vivo. Al frente de la unidad, una poderosa figura se alzaba incluso por encima
de los corpulentos caballeros, un campeón del caos, un enviado del dios
de la sangre. Kurgaz experimentó una sensación de miedo y odio,
que se reflejó en una sombría sonrisa en su rostro. Giró
su rostro para mirar a su primo, al frente de sus orgullosos barbaslargas. La
mirada de Balin valía más que mil palabras: el campeón
era para él. Si lo hubiera tenido enfrente, Kurgaz le hubiera advertido
del mal augurio que lo acompañaba ése día, y del respeto
y consideración que valían tan imponente presencia. Sin embargo,
Balin ya dirigía a sus enanos hacia dicha unidad, entonando viejos cánticos
de guerra. Kurgaz dio media vuelta y habló a sus enanos.
- Amigos míos, fieles compañeros de innumerables
batallas. El enemigo se halla hoy aquí para echarnos, para profanar nuestros
templos y para arrasar nuestras ciudades. – el pesimismo parecía
empezar a florecer en los rostros de los menos experimentados guerreros del
clan -. Pero este amanecer será grabado en el Damaz-Kron como un día
de celebración, ¡pues hoy saldaremos numerosos agravios pendientes
desde generaciones! ¡Vamos a enseñarles a esos bastardos la furia
de los hijos de las montañas!
Un grito de júbilo se alzó des del ejército
enano. Una a una, las unidades de guerreros fueron marchando hacia la batalla
con renovado orgullo. Kurgaz volvió a su puesto, frente a sus martilladores,
y con un gesto de su martillo, señaló a los verdugos elfos que
los aguardaban al otro lado del campo de batalla. Como uno solo ser, los enanos
emprendieron la marcha hacia el enemigo sin temor. |